Hechos verídicos
El nombre de él no lo recuerdo, pero alguna tía memoriosa seguro que lo tiene por ahí archivado. Ella se llamaba Laura. Él era violinista, ella cantante lírica. Soprano, ella. Él daba clases de violín.
Cuando se conocieron (primera o segunda década del siglo XX), hacía poco tiempo que Laura se había ganado una beca para cantar en la Scala de Milán. No hace falta la aclaración, pero imaginate algo así como que venga uno un día y te diga que tu banda va a tocar en el Monumental, porque realmente son buenos en lo que hacen.
Así las cosas.
Resulta que la familia de Laura miraba con malos ojos al violinista. "Que éste te quiere nomás por la beca", decían. "Quiere irse a Italia, para ver si entra como violinista en la orquesta de la Scala". (Moria hubiera dicho al respecto alguna frase memorable acerca de colgarse de algo, pero no viene al caso. Vos me entendés lo mismo.)
El papel que daba constancia de la beca, reposaba sobre el aparador, en el comedor. Cierto día en el que el violinista fue a visitar a Laura, estalló el conflicto: "Usted con Laura no se casa, señorito interesado". -Ah, bien, parece que esta familia cree que yo me quiero casar con Laurita simplemente por esto -dijo el violinista, mientras tomaba delicadamente el dichoso documento-. Lo único que tengo para decirles, es que con, o sin beca, yo con Laurita me caso.
Mientras desmenuzaba esta última frase, también iba desmenuzando con toda parsimonia... la beca. La rompió en unos cuantos pedacitos, y finalmente, se casó con Laurita, que no fue nunca a cantar a la Scala de Milán.
Del matrimonio del violinista y la soprano nacieron tres nenas preciosas. Solamente la del medio se casó, solamente la mayor se dedicó a la música. La menor es la que guarda la memoria del violinista y la soprano, y todavía vive en la casa que habitó de chica con sus hermanas.
La del medio, la que se casó, tuvo seis chicos.
La segunda de esos seis, es mi mamá.
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